Las mujeres estamos llenas de "defectos" pero cuando somos objeto amatorio de un hombre éste pareciera no notarlos: los besos vienen y van por doquier, abrazos al por mayor, elogios y una vida entera dedicada.
Aún así en ocasiones sucede que la mujer se harta de tanta bondad pero no halla la forma de mandar a su ilusionado amante fuera de su vida principalmente por lo difícil que es abandonar la comodidad de estar instalada en su cariño: el hombre la lleva y la trae, le compra y la protege, la abraza cuando anda depresiva y hasta aprende a leer un poco el pensamiento (sólo en las cosas básicas, porque si realmente lo hiciera inmediatamente notaría el rechazo). Se convierte el "bendito" en una caja de caprichos.
Éste suele ser el inicio de una relación tormentosa.
La mujer comienza a hacer malas caras, le importan poco las citas, deja de "arreglarse" (ponerse tanto ornamento seductor), se vuelve poco afectuosa, deja de hacer gustosa los pequeños detalles que ella sabe hacen feliz a la gran caja de caprichos que posee y llama "su hombre" y, de los puntos mas importantes:
deja de estar ansiosamente disponible para el sexo.
1. El hombre primero se dobla de extrañamiento.
2. Espera paciente que sea sólo una mala pasada del síndrome premenstrual.
3. Viene seguido un profundo dolor al constatar la sí existencia del rechazo.
4. Trata inútilmente de conquistarla con eso que a ella ya no le es suficiente: flores, chocolates, palabras dulces. Se desborda la caja de caprichos.
5. Comienzan las preguntas y faltan las respuestas.
6. Empieza la caja de caprichos a vaciarse de desilusión.
7. La mujer empieza a sentir el rigor. Sabe que tiene que ceder si no quiere perder toda su caja: el sexo es la mejor red y es la que menos cuesta esfuerzo.
8. El hombre piensa que la ha recuperado y vuelve a llenar la caja de caprichos.
9. La mujer vuelve a sentirse segura y reincide en sus anteriores comportamientos.
10. Se repiten sucesivas veces los puntos 5 al 9.
11. El hombre se vuelve hiriente cansado de tanto rechazo. La mujer se torna horrible a sus ojos y no se cansa de hacérselo saber de la peor forma que le es posible.
12. Se repiten y repiten del punto 6 al 11.
Las charlas ya no sirven más, para qué gastar el tiempo.
El adios es inminente pero a veces tarda mucho o nunca llega.
Así de crónico el yugo, así de fuerte.